Primero, hay que atravesar esas grandes puertas rojas, siempre entreabiertas, que modestamente ocultan la atmósfera única del lugar. Detente un momento e imagina lo que el Conde James-Alexandre de Pourtalès debió sentir al regresar de sus aventuras en el extranjero, entre intrigas diplomáticas y sed de arte, que lo llevaron a reunir una colección de antigüedades y pinturas, desde Bronzino hasta Rembrandt. Escenas míticas o religiosas cuya potencia aún se percibe.

Luego, llama a la derecha y siéntate en la planta baja en una de esas cómodas cabañas de lona que permiten a los visitantes relajarse antes de subir a los pisos superiores.

Los detalles de las grabaciones, las sorprendentes frisas que imitan el arte toscano querido por el Quattrocento, nos llevan entonces al showroom de nuestra Maison. Aquí, mesas anchas en tonos ámbar y negro, acompañadas de dorados, parecen recordar que nuestra Maison se dedica a la camaradería; camaradería de mentes y proyectos, desde los artesanos hasta los diseñadores.